LA SECTA
Venecia, 1256 dC
Lady Antonieta pasaba las horas apoyada en la ventana con la cara fruncida, con ese traje color carmín que la caracterizaba, y la melena bien peinada. Desde ahí contemplaba los jardines de su inmenso palacio. Su marido, el Conde Francesco de Foscari, se ausentaba de palacio muchos días, atendiendo peticiones y tratos con reyes y duques de la república.
Lady Antonieta se casó con Francesco en 1252 y tuvieron dos hijos. Ella era descendiente de los Deheubarth, uno de los reinos ya desaparecidos del sur de Gales. Sus ascendientes emigraron a Venecia casi un siglo atrás y se asentaron en la ciudad como una familia normal. Trabajaron con empeño hasta que la familia Foscari los trajo de la ciudad hacia las afueras para trabajar sus tierras.
Francesco se enamoró perdidamente de Antonieta, pero ésta sólo ansiaba poder. En una de las prestigiosas cenas que organizaban anualmente, famosas por sus grandes festines de comida y sus majestuosos bailes de máscaras, Lady Antonieta conoció al prestigioso médico de Padua, el Doctor Lotario Burgini. Al principio mantuvieron muy buena amistad, pero en muy poco tiempo llegaron al punto de caer profundamente enamorados. Lotario tenía el don de manipular muy fácilmente a las personas y así hacer congregaciones muy pequeñas para cometer sacrificios.
Estos sacrificios estaban pagados a muy buen precio, porque con la reconquista de Constantinopla, se había creado una secta de tráfico de órganos por el este de Europa, con el fin de conseguir trasplantar con éxito alguno de éstos. Lotario era el único miembro de la secta en la República de Venecia y él se encargaba de la distribución de los cuerpos. Un grupo de sectarios venía una vez por semana y recogía los órganos. Los sujetos víctimas del trasplante morían por la extracción del corazón, el hígado o los pulmones; o quedaban muy dañados con secuelas por las de riñones o las córneas.
El doctor cometía las barbaries en su casa, en las afueras de Padua, pero cuando comenzó su idilio con Lady Antonieta, ésta le propuso venir al Gran Palacio con intención de cometer esos atroces actos. Los dos juntos sacrificaron el cuerpo del Conde, extirpándole el corazón. Lady Antonieta les arrancó las córneas a sus dos hijos pequeños, oscureciendo su visión por siempre.
Sus víctimas eran siempre personas acaudaladas y solteras, y las manipulaban en las cenas de casas de alto prestigio de Venecia. Les hacían venir a Palacio, y allí celebraban un rito vestidos con túnicas, máscaras y velas, justo antes de perpetrar la masacre con su objetivo. Cantaban y oraban en dalmático y latín, que junto a los sollozos de la víctima, constituían el momento álgido en el que los cuchillos afilados bailaban sobre su cuello.
La secta era muy cerrada y permanecía controlada por una gran élite. Los sacrificios se elaboraban lentamente y con mucho cuidado de no dañar el órgano que les requerían. Lady Antonieta ocultó a su familia lo ocurrido con sus hijos y alegó que el doctor les había operado porque tenían una enfermedad incurable. Estas mentiras durarían poco, pues cada vez tenía más sed de sangre, de sacrificar gente inocente, y seguir los pasos de su amante Lotario, así que comenzó a hacer lo mismo con su familia; con la que mantenía muy buena relación.
Aún le quedaban su padre y sus dos hermanas, el señor Owain, Lady Ornithia y Lady Sora. A su hermana Ornithia también le arrancó las córneas, pero no corrió la suerte de sobrevivir; y a Sora le quitó el Bazo y los pulmones. A su padre le extrajo el corazón y el hígado. Lady Antonieta dispuso todos estos órganos en vitrinas, junto a los cuerpos en descomposición, en una exclusiva habitación del palacio.
El palacio se consolidó como toda una institución de sacrificios para la secta, y prestigiosos médicos de media Europa acudían mensualmente a celebrarlo con un gran festín. Lady Antonieta obtuvo mucho poder, incluso más que Lotario y creó su propia secta, a la que llamó La Secta Nazarena. El palacio se convirtió entonces en el centro de una gran secta, muy poderosa en Europa, y aquellos acontecimientos aterrorizaron durante decenios a los habitantes de Venecia, que no sabían muy bien que ocurría en ese lugar.
Todas las victimas que sobrevivían, eran arrastradas hasta un subterráneo del palacio, que se extendía hasta los jardines. Al extraerles los órganos, si aún vivían, los dejaban morir en aquellos pasillos tenebrosos. Algunas de las personas que los habían recorrido, contaban que al entrar notabas escalofrío en todo el cuerpo y que daba la impresión que siempre te perseguía alguien. Las múltiples habitaciones y salones tenían tantos rincones que creías que en cada uno de ellos había alguien espiándote. Al entrar o marchar por los jardines podías escuchar gritos de fondo, los que te hacían apresurar la marcha y no mirar atrás.
Lady Antonieta murió con 93 años y hasta su muerte no paró con su odisea. Sus dos hijos ciegos marcharon a Inglaterra y allí siguieron el legado de la familia Foscari. Con el paso de los siglos el palacio quedó cerrado y con imagen de un lugar frío, terrorífico, donde nadie se atrevió a volver a entrar jamás.
Daniel García, La Viuda Negra. Febrero 2018