MATANZA EN CANADÁ
Robert salía de su parking dirección a casa de Alma, había cogido su GMC Safari que sus padres se habían comprado hacia tres meses. Se había preparado una mochila simple, pero no había olvidado de llevarse una linterna, unas buenas botas, El Quijote y el último libro que le había regalado su padre para su cumpleaños, Contact de Carl Sagan. Robert tenía 20 años, estudiaba literatura hispana en la Universidad de Great Falls y practicaba equitación, era alto y fuerte como su padre y era un chico muy respetuoso con el medio ambiente. Estaba enamorado de Alma, pero aún no se había atrevido a contarle lo que sentía. Una semana antes, celebrando su cumpleaños en el bar Café 56, les comentó a sus amigos Sam y Kate que le gustaría ir a visitar el Parque Nacional de Banff en Canadá.
Robert, junto a sus padres, Martin y Jane Hattaway se vinieron a vivir a Great Falls hacía cinco años. Anteriormente vivían y trabajaban en la única gasolinera que había en Craig, un pequeño pueblo a una hora. Los Dump, los dueños, los acogieron con mucho cariño cuando vinieron de Texas, incluso Robert apenas caminaba. Además de la gasolinera, los Dump tenían un restaurante y un Motel de carretera que les hizo ganar muchísimo dinero ya que la interestatal 15, era la única carretera en condiciones que cruzaba Montana hacia Canadá y siempre había mucho tránsito.
Martin se encargaba de la gasolinera con el señor Joseph Dump y Jane estaba en la tienda y en caja con Florence, la señora. Los Dump eran una pareja de jubilados que vivían por y para esa gasolinera con una decena de trabajadores a su cargo. Tenían un único hijo, Adam, que llevaba el Motel, el almacén y controlaba además el transporte de la mercancía que entraba en la empresa de sus padres.
Los Dump acogieron a Robert como un hijo más e incluso se lo llevaban a pasar algún fin de semana al rancho que tenían en las afueras de Deer Lodge. En el 80 la gasolinera sufrió una explosión a causa de un incendio en el que murieron los Dump y varios trabajadores. En un principio la policía del condado detuvo al señor Hattaway como implicado en ese incendio pero unos días más tarde lo absolvieron por falta de pruebas. Aterrados con este suceso, los Hattaway se marcharon a vivir a Great Falls. Jane se abrió una tienda de comestibles y Martin consiguió un buen puesto en una empresa del motor. Con eso y los buenos ahorros en Graig se compraron un humilde apareado en la calle 14.
La gran sorpresa llegaría unos años más tarde, recibieron una llamada del abogado de los Dump que les explicó que éstos habían dejado una herencia de treinta mil dólares y una casa en las afueras de Harvie Heights en el mismo Parque Banff. Ante el asombro de ellos, los Hattaway intentaron ponerse en contacto con Adam, pero no dieron con él, así que aceptaron esa herencia. En un principio pensaron en venderla pero dado que las cosas les iban bien la acomodaron para ir a pasar las vacaciones y algunos fines de semana. La casa era antigua pero estaba bien cuidada, necesitaba alguna mano de pintura y algún que otro arreglo sobre todo en maderas. Robert aun no había estado en ella y la idea de probar la nueva furgoneta y la compañía de Alma en el fin de semana del amor, acrecentaban las ganas de hacer esa escapada tan deseada.
Alma iba a la misma clase que Robert y se conocían desde que éste vino de Craig. Vivía unas calles más arriba y aunque su debilidad era la lectura, practicaba la danza contemporánea en la escuela Doors. Allí Tom Jerkings, hijo del dueño y el que también estudiaba literatura en un curso más avanzado, le daba clases de martes a viernes y les unía una buena amistad desde la infancia. Tom había intentado varias veces acercarse más íntimamente a Alma, pero ella siempre lo vio como un amigo.
Sam tenía 25 años y acababa de doctorarse en medicina interna, jugaba a básquet y salía con Kate desde que la conoció hacía justamente tres años en la fiesta mayor de Vaughn. Su padre trabajaba desde casa en una empresa de telefonía y su madre era una bróker con mucho carácter. Kate tenía un año más que Sam y trabajaba con su tía en una tienda de confección de ropa, era rubia y alcanzaba el metro setenta.
Alma se había puesto una camiseta de los Cazafantasmas y se había hecho una cola alta con su larga melena morena, estaba arriba en su habitación escuchando Cruel Summer de Bananarama cuando su madre la estaba llamando a voces; Robert la estaba esperando en la calle. Sam y Kate se acercaban caminando por la 14 bien equipados con sus mochilas y muy sport. Mientras organizaban el equipaje en la parte trasera un fuerte golpe se escuchó en el suelo, era la mochila de Matt, friki de las películas de terror en blanco y negro, le gustaba coleccionar las papeletas de las películas del cine que veía y siempre comía regaliz negro. Matt media casi metro noventa, de complexión ancha y muy bromista y había tenido una infancia muy complicada por la separación de sus padres. En un principio no iba a ir a Canadá pero finalmente se decidió en último momento porque su madre y su hermano se marcharon a pasar unos días a casa de su tía en Aspen.
Allí estaban los cinco, preparados para hacer seis horas de viaje. Matt iba de copiloto y detrás Sam, Kate y Alma iban escuchando Supertramp de fondo. Aunque hacía mucho frío el día era soleado pero habían anunciado lluvias en Banff, aunque ellos iban bien preparados. Sam quería aprovechar esta escapada para pedirle matrimonio a Kate ya que ese mismo fin de semana cumplían tres años juntos y coincidía además con San Valentín.
Cuando llevaban dos horas pararon en una gasolinera un poco antes de llegar a Sweet Grass, apenas les separaban unos kilómetros de la frontera con Canadá. Mientras Robert repostaba la furgoneta, Kate y Alma fueron al servicio y Sam y Matt entraron a pagar y a comprar algunos snacks. Robert sintió una mano en su hombro, se asustó y al girarse se encontró con un señor alto y parecía ciego de un ojo, con una gorra Burton y llevaba puesto un mono de trabajo sucio. Parecía un camionero o un mecánico de un taller de esos que había en ese área sucia, descuidada y perdida en esas largas carreteras de Montana. Le dijo a Robert:
Señor: ¿Quieres que me crea que esa furgoneta es tuya?, niño de Papá, ¿Crees que sin tu madre atenta a tus pasos y tu padre con las manos manchadas de tinta de tanto dar préstamos te dejarían subir en una Safari de 6.000 dólares? Sé muy bien cómo sois los chicos de hoy en día, creéis que lo sabéis todo por ver “Se ha escrito un Crimen” y vivís en un mundo de fantasía, donde lo único que os importa es el dinero. Pues déjame decirte que lo único que vas a conseguir en tu vida es mancharte las manos de sangre si continúas con tus amigos este camino.
Robert no abrió la boca, Matt se iba acercando y estaba viendo la cara de su amigo, pálido y asustado.
Matt: ¿Ocurre algo Robert?
Robert: No, vámonos.
Los otros se acercaban por detrás, Robert los hizo subir a la furgoneta y arrancó sin pensarlo. Se había quedado congelado con las palabras de ese misterioso personaje. Se hizo un silencio durante unos segundos y Kate le preguntó si estaba bien, si le había ocurrido algo. Robert dijo:
Robert: No me encuentro muy bien, estoy un poco cansado, esta noche no descansé bien.
Sam: ¿quieres que coja yo la furgoneta? Soy el único que tengo carnet.
Robert: No pasa nada, ya nos queda menos camino, pararemos en Lethbridge a comer.
Robert tuvo que ir con sus padres a terapia durante un año, tenía terrores nocturnos. Igual que su madre, Robert tomaba medicación para la ansiedad por las secuelas que les había dejado lo ocurrido. Su padre en cambio, se repuso muy rápido y pudo levantar la familia de ese terrible suceso.
Después de una hora y media pararon en un bar de carretera en Lethbridge, la temperatura había caído y comenzaba a caer el sol rápidamente. Se sentaron los cinco a comerse unas Calgary Beef Hash, unas hamburguesas de carne asada típicas del centro del país. Matt pidió la cuenta y en breve una mano arrugada, manchada de sangre y con varias uñas rotas dejaron con un fuerte golpe la factura encima de la mesa delante de Robert. Se asustó tanto que tiró la Sweetheart, una bebida con grosella que habían puesto únicamente para ese fin de semana con motivo del día de San Valentín.
Miró hacia arriba y se encontró postrada delante de él a una mujer con el pelo rojo, levaba puesto unos tejanos anchos, rotos y una camiseta de tirantes blanca y llevaba un pequeño delantal sucio y magreado.
Señora: ¡Aquí tienes tu factura, los números que ni tú ni todas tus generaciones jamás sabrán descifrar! ¡Esos aires de ricos que lleváis, preparando vuestro futuro como un jardín botánico, hermético, sin que pueda darle ni un rallo de sol, todo mojado y lúgubre dónde yace un imperio que no habéis sudado y que muy pronto nos devolveréis!
Robert: Señora, no sé de qué me está hablando, pero creo que se está equivocando.
Sam: ¿Quieres que nos volvamos para Great Falls?
Robert: Estoy cansado, sólo es eso. Pero no entiendo…
En ese momento miró la mesa y vio la factura que estaba en el mismo centro, giró la mirada y volvió a mirar, pero la señora se metía en una puerta por el fondo del restaurante. Algo no andaba bien, primero el hombre de la gasolinera y ahora esta mujer. Robert dejó unos dólares encima de la mesa y salió del restaurante. La tarde estaba cayendo, los últimos rayos de sol se reflejaban en el cristal de la furgoneta y ahora estaban escuchando a Joni Mitchell.
Sam: No me gusta Joni Mitchell, la odio
Matt: ¿qué dices? No sabes apreciar la buena música
Sam: No la han nominado este año ni a los Grammy, no la quieren en Estados Unidos. La buena música es el buen Funk, George Clinton, Earth Wind & Fire...
Matt: Estamos en el ochenta y cinco Sam, la música Funk ha evolucionado y Joni Mitchell es una tía alternativa que hace Folk, algo que ni siquiera nunca sabrás apreciar.
Al llegar a Harvie Heights, estaba todo oscuro, las calles vacías. Las calles alumbradas por sus farolas y las pequeñas luces de las puertas de las casas de la calle principal. La furgoneta iba atravesando el pueblo y a lo lejos los relámpagos dejaban ver el Rundle.
Allí bajo sus pies, se encontraba la casa, solitaria, perdida en el bosque, sólo el sonido de un río rompía a lo lejos el silencio.
Por un camino boscoso, el frío se iba apoderando cada vez más de sus cuerpos y los faros de la furgoneta no podían ver mucho más allá por culpa de la intensa lluvia. De repente una sombra se cruzó en el camino, Robert frenó de golpe, se quedaron boquiabiertos.
Alma: ¿qué ha sido eso?
Matt: Puede que un puma o un lobo
Kate: Aquí no hay pumas ni lobos.
Matt: Si los hay sí y además comadrejas, nutrias e incluso osos, ¡osos grizzly!.
Robert: Habrá sido cualquier animal salvaje, estamos llegando, el camino no tiene pérdida, sigamos.
La tormenta iba escampando, seguía lloviznando y los faros alumbraban la fachada. Robert paró la furgoneta, no podían dejar de mirarla. La casa estaba hecha de madera y piedra, una mezcla difusa y se dejaba ver alguna que otra madera medio rota. Una gran fachada, dos pisos y arriba una gran buhardilla, en ella se podían apreciar varias mansardas a todos los lados del tejado. Una escalera ancha con un gran cobertizo dejaba ver en medio una gran y robusta puerta. La casa tenía muchas ventanas por todos lados, todas con alféizares y un ala a la derecha llena de ventanales, podría ser la cocina, un gran salón o un amplio dormitorio. Abetos y píceas era lo único que se apreciaba en los alrededores. También había abandonada una Panel Chevrolet del 55 azul en la parte izquierda de la casa y una mesa redonda de madera con varias butacas rotas. No serían más de las seis de la tarde, seguía escuchándose algún que otro trueno y el sonido fino a lo lejos del río Bow.
Robert sacó las llaves, probó varias veces y finalmente la puerta se abrió. Hizo un poco de fuerza para abrir el panel y le costó quitar la llave de la cerradura. Un poco de polvo cayó del dintel y una brisa de aire corrió hacia fuera con un raro olor. Robert hizo que pasaran todos, le dio las llaves del coche y su mochila a Sam y les dijo que se esperaran en la a puerta, sacó su linterna y pidió a Matt que le acompañara a poner en marcha el cuadro de luz que estaba fuera en un lateral de la casa.
Bajaron unos escalones que iban a parar al sótano, el cuadro de luces estaba antes de entrar y su padre ya le había dejado escrito en él, lo que tenía que activar.
Robert: Toma Matt, sujeta la linterna e ilumina aquí
Matt: Creo que vamos a pasar un buen fin de semana, un largo puente de cuatro días. Tú podrás declararte o darle un besito con esos morros tiernos que tienes. (Se ríe)
Robert: Deja de engañarte Matt, Alma no es para mí, llevo casi cinco años detrás de ella y cada vez más estoy convencido que sólo es una amistad lo que hay entre nosotros.
Matt: ...y qué me dices del baile de fin de curso?
Robert: De eso hace ya cinco años y era el chico nuevo del instituto...
Matt: ¿y sus miradas, sus comentarios, su forma de actuar? Ya sabes cómo es Alma, desde que estuvo ese verano con Roger Palmer no ha estado con nadie.
Robert: Eso es lo que me hizo pensar, yo creía que le gustaba y después de todo, ese baile fue muy especial para mí. Por cierto Roger me dijo que quería venir este fin de semana. ¡Ya está! …y se dio la luz.
Matt: ¡Si no es para ti, será para mí! ¡Ha ha ha! y Roger ni en pintura aquí este fin de semana.
Robert: Prueba, puede que te haga más caso.
Matt: Alma no es para mí, no seas tonto, este fin de semana, tienes que hablar con ella, decirle lo que sientes, este es un gran momento Robert.
Entraron a la casa, comenzaron a encender todas las luces y estuvieron mirando todos los rincones de ella. La casa necesitaba algún que otro arreglo pero no tanto como pensaba Robert. Su padre ya le había comentado que tuvieran cuidado con la buhardilla e incluso con los lavabos pero aparentemente no estaba tan mal. Tenía un amplio comedor, las paredes estaban llenas de trofeos de caza y un reloj de cuco muy antiguo. La cocina era amplia, con una isla en medio y dos ventanas que daban delante. Los ventanales que se apreciaban en el lateral eran de un amplio salón con muchos sofás, todos tapados con sábanas. Además había dos baños y una despensa alargada que conectaba con el pasillo central y la cocina. El comedor tenía acceso a la parte de atrás de la casa.
Una pequeña biblioteca con dos sillones, un escritorio y algunas cortinas descolgadas completaban la planta baja. Antes de cenar, Robert pidió que subieran y escogieran la habitación que más les gustara. Una de las habitaciones tenía un baño completo y un gran vestidor, todo conectado con puerta. Había un baño más en la segunda planta, éste mucho más grande con una inmensa bañera y una pequeña sala donde se guardaban varios muebles pequeños, cañas de pescar y algunas maderas viejas. En una de las paredes de ese trastero había una madera colgada con varias herramientas y unos juguetes. En el fondo del pasillo estaba la escalera que daba a la buhardilla. Los chicos subieron a verla mientras ellas se quedaron en sus habitaciones deshaciendo las mochilas. La buhardilla era mucho más fría, la humedad calaba en el cuerpo. Estaba llena de ventanas, dos por cada lado excepto en la parte trasera, dónde ésta era mucho más grande, casi como todo el habitáculo, además había una pequeña ventana en el techo. Era muy Amplia y con una pésima bombilla en el centro, una guitarra española colgada en la pared, un sofá mirando al ventanal posterior y en una esquina una montaña de zapatos apilados. Cada paso que daban sonaba el crujir del suelo, como si de un momento a otro se fuera a desplomar.
Los dos miraban por la ventana trasera, algún relámpago se veía por detrás de los picos más altos de Banff, una luz de una linterna parecía enfocar desde unos árboles.
Robert: ¿Has visto?, apaga la luz
Matt: ¡Sí!
Robert: Agáchate
Bajaron las escaleras y fueron al comedor que daba también a la parte trasera de la casa. Robert apagó la luz y se dio cuenta de que Kate tenía una linterna en la mano. Matt miró a Robert y comenzó a reírse.
Alma: ¿qué os pasa?
Matt: Pues pasa que el señor propietario ha visto a alguien con una linterna en la mano, paseándose por fuera de la casa entre los árboles y resulta que esa linterna y ese alguien no es más que Kate probando su linterna nueva. ¡Es un reflejo Robert!
Robert: Pues me he pegado un susto de muerte. ¿y tú lo sabías?
Matt: Si, mientras observabas la guitarra, ya lo estaba viendo.
Así siguió la tarde, bromas, risas, se hicieron algo de cenar, encendieron la chimenea e incluso pudieron conectar un transistor viejo que había en el salón y el teléfono que ya antes había puesto la línea el padre de Robert para estar comunicados. Mientras Kate estaba en la cocina con Alma y Matt preparando la cena, Sam había aprovechado para llenar la bañera con espuma y encenderle unas velas. Quería pedirle matrimonio de una manera muy especial, así que también llenó la cama y el suelo de su dormitorio de pétalos de rosa. Subió primero él y la sorprendió enormemente. Acto seguido Robert comentó que estaba agotado del viaje y que también necesitaba dormir. Matt y Alma se quedaron en los sofás cerca de la chimenea, esperando a ver Satuday Night Live.
Robert subió a su dormitorio, pasó por delante de la habitación de Kate y Sam y pudo apreciar como los dos estaban besándose en la cama. La pareja había dejado las velas encendidas del lavabo por lo que a Rober no hizo ni falta encender la luz. Mientras se cepillaba los dientes, estaba pensando que mañana le gustaría salir hacer una ruta por las laderas del Rundle. Se enjuagó y escupió el agua que tenía en la boca y al levantar la cabeza detrás suyo, dentro de la bañera, estaba el hombre de la gasolinera y con un machete en la mano. Robert se giró rápidamente, pero éste ya no estaba. Se volvió a girar y vio en el espejo empañado, “tu padre será el primero”.
Es ahí donde se dio cuenta que algo no iba bien, que algo le estaba pasando y no entendía bien esas alucinaciones, se secó la boca con la toalla y se marchó a su habitación. Robert creía que podría ser de los ansiolíticos o incluso de los ataques de ansiedad, pero pensó que mejor era acostarse, se sentó en la cama y se puso las manos en la cabeza, ahora le venían los flashes de la gasolinera y el bar y de porque sus amigos no le habían hecho referencia de esos sucesos, únicamente le preguntaban por él, así que sólo él podía verlos. Se acostó sobre un lado, cerró los ojos y le comenzaron a venir más pensamientos negativos: fuego, sangre, las caras de esos personajes raros que lo atosigaban. Esa cama, esa casa, ese olor, estaban haciendo enloquecer a Robert. Se reincorporó, se volvió a sentó y acercó su mochila, abrió uno de los bolsillos laterales y sacó un bote redondo azul, como si fuera un bote de un carrete fotográfico, se sacó dos pastillas blancas y se las metió en la boca.
Alma dormía recostada hacia un lado en un butacón del salón, tenía una manta verde de lana echada por encima y se le salían los pies donde se podían ver sus calcetines negros. Matt estaba sentado viendo Saturday Night Live, donde entrevistaban a Pamela Sue Martin por su aparición en Torchlight. La chimenea aún seguía quemando varios troncos gruesos. Matt escuchó un pequeño ruido, miró de lado a lado, pero no le dio más importancia. Volvió a escuchar nuevamente ese ruido, estaban llamando a la puerta. Matt hizo un movimiento brusco, puso las dos manos en los brazos de la butaca y se levantó lentamente, se quedó con las rodillas flexionadas, asustado, intentando entender si realmente era la puerta lo que sonaba en una noche fría y lluviosa, y perdidos en un bosque de difícil acceso. La puerta volvió a sonar, esta vez mucho más fuerte, salió corriendo hacia ella y apartó la cortina de una ventana de un lateral, pero no vio a nadie fuera. Volvió a cerrar la cortina, todo estaba oscuro, se dio la vuelta y se encontró detrás suyo una silueta en el pasillo, no se podía apreciar bien.
Alma: ¡Matt!, ¿qué haces ahí?
Matt: Que susto me has dado, pues me pareció que llamaban a la puerta, me acerqué a ver si había alguien.
Alma: Habrá sido algún animal.
Matt: Parecía que llamaban a la puerta.
Alma: Estás nervioso, hemos hecho un gran viaje, estamos cansados. Vamos a la cocina y tomemos un poco de leche caliente, nos irá bien para dormir.
Se dirigían a la cocina, cuando la puerta volvió a sonar. Alma suspiró y Matt salió corriendo hacia ella y la abrió de un tirón. Un hacha que le venía de un lateral se introduzco en su cuello, comenzó a sangrar, todo lleno de sangre, cayó de rodillas al suelo con el hacha clavada, estiró los brazos hacia adelante y con un golpe seco se desplomó medio cuerpo fuera de la casa y medio dentro. Alma gritó fuerte, sólo podía apreciar un brazo por la derecha, se dio la vuelta y comenzó a subir los escalones.
Subió hacia las habitaciones, comenzó a encender las luces y se puso a gritar desde el pasillo.
Alma: ¡Kate! ¡Robert!
Sam: ¿qué ocurre? (gritó desde el dormitorio)
Alma: ¡Es Matt!
Salió Kate asustada de su habitación junto a Sam.
Kate: ¿qué le ha pasado a Matt?
Alma no podía hablar, no podía decir palabra, no podía casi respirar, estaba perpleja con lo que había sucedido, comenzó a llorar y Kate se acercó a ella, se puso en frente suyo y le abofeteó la cara. Alma cayó de golpe.
Kate: ¡Alma! Tranquila, dime, ¿qué le ha pasado a Matt?
Alma: ¡está muerto!
Sam: ¡¿cómo?!
Alma: ¡está muerto!, llamaron a la puerta y al abrir lo mató y está abajo
Kate: ¿quién está abajo? ¿Quién hay abajo Alma?
Alma: No lo sé, no lo vi bien, abrió la puerta y un hacha mató a Matt, pude ver unas botas, un brazo, nada más. ¿Dónde está Robert?
Sam: ¡Robert no está en su habitación!
Robert: Os estoy escuchando, estaba en el lavabo. ¿Qué son estos gritos?
Alma corrió hacia él y se echó a sus brazos.
Alma: ¡Robert, han matado a Matt!, ¡un señor!, ¡alguien ha matado a Matt! (Gritando)
Robert: ¡apagad las luces!
Sam: ¡Robert! ¿Qué hacemos?
Robert: ¡no lo sé, voy a bajar!
Alma: ¡No! ¡Robert, no bajes!
Kate: ¡Subamos a la buhardilla!
Robert: ¡Chicos! Esto es una ratonera, hay que intentar llegar al coche
Sam: ¡Robert!, tu mochila la dejé en el comedor pero las llaves del coche las dejé en la cocina.
Kate: ¿qué hacemos?
Robert: Hay que salir, tengo que salir. Apagaremos las luces, vosotros subid arriba a la buhardilla, encerraros, yo iré a buscar las llaves, cuando esté en la puerta tocaré el claxon y bajáis.
Sam: Llamaré a la policía mientras vas a por el coche
Robert: Está bien, vente conmigo, tendríamos que coger algo para defendernos.
Sam: ¿el qué?
Robert: En el trastero hay varias herramientas
Robert se acercó a Alma y la abrazó. Kate y Alma subieron a la buhardilla. Desde allí las chicas divisaban por las mansardas delanteras, pero la lluvia impedía ver bien el coche. Sam y Robert bajaban lentamente por las escaleras, las luces del salón estaban encendidas y el crujir de los escalones de madera aceleraba el pulso de los chicos. Se escuchó un ruido arriba y se pararon de sopetón, se hizo el silencio y pensaron que serían las maderas de la buhardilla, así que siguieron bajando. Robert se metió en la despensa, se puso detrás de unas cajas y poco a poco se fue acercando a la cocina para buscar las llaves. Sam se acercó a la puerta del salón y vio el cuerpo tendido de su amigo Matt, la puerta de la entrada estaba abierta y se podía ver el torrencial de agua que ahora caía. Se metió en el Salón y fue corriendo hacia el teléfono. Se tiró al suelo, lo cogió con la mano y se lo acercó a su pecho, marcó el '911', dio un tono y se cortó y en ese preciso momento se fue la luz. Su respiración cada vez era más profunda y por unos segundos se quedó detrás del sofá esperando a que algo se le ocurriera. Escuchó más ruidos que venían de arriba y decidió no moverse, el miedo se apoderó de él.
Mientras en la buhardilla, las chicas seguían mirando por la ventana pero la furgoneta seguía en su sitio. Un estruendo ruido de cristales calló sobre sus cabezas, la ventana del techo se rompía en mil pedazos. De repente asomaba una cabeza, no se podía apreciar el rostro. Alma tapó la boca de Kate y se agacharon, volvió a mirar a la ventana del techo y la cabeza había desaparecido, sabía que por esa ventana no cabía una persona, así que Alma respiró tranquila.
Alma: Está arriba, no grites
Kate: Deberíamos bajar
Alma: Robert nos dijo que nos quedáramos aquí y que avisaría.
Kate: Pero no se mueve el coche, no habrá encontrado las llaves.
Alma: ¡Quieta!, no te muevas, creo que se ha ido.
Mientras Sam volvió a probar marcar el 911 pero no había línea, lo dejó en el suelo y se levantó, volvió a agacharse y con las rodillas flexionadas comenzó a mirar por las ventanas del Salón, iba apartando las cortinas para mirar, vio una silueta en la cocina como se acercaba hacia él.
Robert: Soy yo Sam, ¿dónde están las llaves?
Sam: Las dejé encima de la isla
Robert: No las veo por ningún sitio. Voy a volver, no te muevas de donde estás.
Sam: Ok, Robert he llamado al 911
Robert: Y, ¿te dio línea?
Sam: Un tono y se cortó, ¡Robert!, ¿quién ha hecho esto?, ¿por qué ha hecho todo esto?
Robert: Espera aquí, no te muevas, vamos a conseguir llegar al coche, agáchate.
Robert se fue otra vez a la cocina y Sam se agachó, se quedó detrás de un mueble, sin pestañear. Sólo se oía la lluvia como pegaba contra el cobertizo al caer, pasaron unos segundos cuando Sam escuchó un paso por detrás suyo. Intentó tirarse hacia adelante y escapar, pero no pudo evitar un hachazo en la espalda. Quedó en un lado, tirado cerca de la pared.
Robert subió a la buhardilla y llamó a la puerta.
Robert: Alma, abre, Soy yo, Robert.
Kate: No abras
Alma: Es Robert
Alma abrió la puerta y se abrazó a Robert, ésta estaba muy nerviosa, temblaba. Kate volvió a cerrar la puerta y le preguntó:
Kate: ¿y Sam?
Robert: Está escondido en el Salón, le dije que se quedara detrás de un mueble agachado, no corre peligro.
Kate: ¿lo has dejado abajo? ¿Solo?
Alma: ¿qué hacemos Robert?
Kate: Yo voy a bajar, no voy a dejar a Sam solo con ese psicópata con un hacha en la mano.
Kate abrió la puerta, Robert la agarró del brazo y le dijo que no bajara. Kate comenzó a bajar los escalones deprisa hacia el segundo piso, escuchó un ruido que venía de abajo y se escondió en el baño. Se quedó detrás de la puerta. Su corazón bombeaba cada vez más rápido y unos pasos se escuchaban por el pasillo como se acercaban hacia el baño.
A cada uno de esos pasos ella se estremecía, le entraban escalofríos, podía sentir el pánico incluso en su cuero cabelludo, su piel erizada y el reflejo de las llamas de las velas en sus ojos. Alguien se había parado detrás de la puerta, esos pasos se habían detenido. Durante unos segundos lo único que se escuchaba eran las gotas que caían del grifo y golpeaban el agua de la bañera.
La puerta se comenzó a abrir despacio, Kate se retiró hacia atrás y cuando estaba medio abierta, apareció una bota, es entonces cuando ella empujó fuerte la puerta. Kate intentó cerrarla, pero no podía, así que empezó a dar golpes con ella, al parecer el individuo se había caído y las piernas impedían que se cerrase. Haciendo fuerza, al final pudo cerrarla y se quedó con las manos puestas en la puerta, pero sus ojos se cerraron de golpe, un fuerte impacto, la hizo echar hacia atrás, un hacha había atravesado la puerta.
Kate comenzó a dar pasos hacia atrás, no sabía que coger, la escena era horrible, no tenía escapatoria. Intentó abrir la ventana, le costaba pero pudo abrirla. Se dio cuenta que si saltaba se haría daño pero igualmente comenzó a sacar el cuerpo. Tenía medio cuerpo fuera pero la atraparon de las dos piernas y la volvieron a meter dentro del lavabo. Kate comenzó a gritar y dar golpes con sus piernas, pero se dio un golpe en la barbilla con el suelo al caer y quedó medio inconsciente. Ensangrentada se giró y pudo ver la cara de su asesino, no por mucho tiempo, éste se sacó un cuchillo y se lo clavó en la frente, la levantó y la tiró dentro de la bañera.
Arriba Alma había hecho caso de Robert y se había quedado en la buhardilla, la puerta era robusta y la ventana del techo muy pequeña para poder entrar una persona. Robert volvió a subir a la buhardilla, llamó a la puerta y Alma le abrió.
Alma: He escuchado a Kate gritar
Robert: Si, yo también pero subí corriendo por ti, no veo a Sam tampoco. He cogido las llaves de la casa y también he encontrado las llaves de la furgoneta, hay que bajar y llegar a ella.
Bajaron corriendo las escaleras y susurraban llamando a sus amigos. Comenzaron a mirar por las habitaciones y vieron la macabra escena que había en el lavabo. Los dos consternados siguieron bajando a la planta baja, volvieron a mirar en el salón, pero no estaba Sam, así que intentaron llegar al coche. Robert se dio cuenta que las ruedas estaban pinchadas, ahora comenzaba a nevar así que pensó que lo mejor era resguardarse en el sótano. Al bajar las escaleras se fijaron que el cuadro de luces estaba dañado, no podían darle a la luz. Se metieron en el sótano, éste tenía goteras, hacía muchísimo frío y estaba lleno de de troncos cortados.
Alma: Que frío hace aquí
Robert: Mucho, tapémonos con estos plásticos
Alma: Robert, ¿qué está pasando? ¿Por qué nos está pasando esto? Matt, Kate y Sam...
Robert: Créeme, no tengo ni idea, pero tenemos que pensar algo. No sé dónde está Sam, pero hay que intentar encontrarlo porque tengo una idea, podría ir a la camioneta e intentar mirar si tiene las llaves y encenderla.
Alma: Pero esa camioneta es muy vieja
Robert: Mi padre me dijo que la había probado pero que costaba encenderla, lo que tendría que mirar si dejó las llaves puestas.
Alma: Yo te acompaño, no quiero quedarme sola, no quiero quedarme sin ti. Robert yo….
Robert: Lo sé Alma, yo también, pero no quiero que lo hablemos aquí. Sé y espero que sea en otro sitio, más romántico que en estos cuatro troncos húmedos y este plástico que huele a perro muerto. Quiero que te quedes escondida aquí mismo, que no te muevas y que casi ni respires. Yo vendré a por ti.
Alma se quedó ahí plantada, muerta de miedo y sin moverse, mientras Robert fue a probar la camioneta, pero no estaba sola. Escuchó unos pasos encima suyo, podrían ser las maderas del suelo del comedor o el salón, pero el ruido comenzó a sonar más cerca, tan cerca que Alma creía que estaba encima mismo de su cabeza. Le sacaron el plástico de un tirón, se tiró al suelo y comenzó a gatear rápido, pero ese feroz individuo se abalanzó sobre ella y le asestó por la espalda con un cuchillo varias puñaladas.
Alma se giró y forcejeó con él, no se le podía ver bien la cara, parecía que llevaba como una careta que dejaba ver medio rostro y le dio una patada en la barriga, esté se cayó y Alma pudo salir corriendo hasta el primer escalón donde estaba la puerta, pero éste corrió hacia ella, la cogió por su cabellera larga y la arrastró, en ese momento se abrió la puerta y apareció Sam y le dio con un martillo en la cabeza al individuo. Los dos llenos de sangre y cojeando, salieron hacia fuera dirección hacia la camioneta abandonada, las puertas estaban abiertas, pero dentro no estaba Robert. Se metieron pero se lo pensaron mejor y agarrados los dos se disponían a meterse en la casa.
Estaban subiendo un escalón pero una flecha alcanzaba la cabeza de Sam y le atravesaba el ojo izquierdo. Se paró un instante y cayó desplomado en el suelo. Alma comenzó a gritar y se metió en la casa, cerró la puerta y se metió en la cocina en busca de un cuchillo, cogió uno muy grande, se metió en el salón y cerró las dos puertas. Allí esperó con el cuchillo en la mano detrás de las puertas. Apartó las cortinas y veía como una silueta se iba acercando a la casa, se dio cuenta que estaba pisando sangre que había en el suelo y se apartó.
Alma: ¡Ven! ¡Ven a por mí! ¡Has matado a mis amigos! ¡Voy a luchar hasta el final y no voy a dejar que te vayas con un simple martillazo! ¡Entra! ¡Eres un cobarde! Has matado a personas inocentes y te encontrarán, hemos llamado a la policía y en seguida vendrán. ¡No te escaparás!
Alma quería luchar hasta el final. El corazón le latía cada vez más rápido, sabía que su muerte estaba cerca, las heridas de la espalda le sangraban mucho y comenzaba a sentirse débil, se escuchó un portazo, era la puerta de fuera y unos pasos se acercaban al salón Empezaba a relampaguear cada vez más y el sonido de los truenos cada vez era más ensordecedor. Golpearon una vez las dos puertas del salón, Alma puso un paso en frente y empuñó el cuchillo con el brazo tembloroso, sus lágrimas caían sin cesar y comenzó a gritar sin parar. Volvieron a darle un golpe más fuerte en la puerta y ella cada vez gritaba más y finalmente, se introdujo un hacha en una de las puertas.
Continuó así hasta romper gran parte de una de esas puertas del salón y en medio de los rayos y truenos y tres metros de separación de Alma, se abrieron las puertas. A Alma se le cayó el cuchillo al suelo, las piernas no le aguantaban, ya no sentía el dolor de sus heridas de la espalda y apenas podía articular palabra. Los relámpagos dejaban ver el rostro de ese individuo y éste con algo parecido a una máscara estaba ahí parado frente a ella con un hacha en una mano y un cuchillo en la otro.
Dio un paso en frente y ella retrocedió otro y así continuadamente hasta que ella giró su cara y él levantó el hacha para clavársela en un costado, pero éste no pudo hacerlo y se le cayó el hacha al suelo, le habían clavado unas tijeras en la espalda. Éste intentaba quitárselas, pero no llegaba, no podía, se cayó de rodillas y seguidamente se desplomó. Es entonces cuando Alma abrió los ojos y vio delante suyo a Robert, comenzó a sollozar y se tiró a sus brazos.
Alma: ¿dónde estabas?
Robert: Intenté encender la camioneta, pero vi a ese hombre y me escondí por los árboles, entonces os vio a vosotros y le disparó la flecha a Sam, tú te metiste para dentro, intenté forcejear con él y escapé pero hirió en un brazo.
Alma: Yo también estoy herida, me hizo daño en la espalda, pero me pueden las ganas de verte y de que estés a mi lado.
Robert: Salgamos de aquí, hay que llegar a la próxima casa o a Hervie Heights lo antes posible. Probaremos la camioneta otra vez
En ese momento, ese hombre le clavó en un pie a Robert el cuchillo que llevaba. Robert comenzó a gritar y el hombre se comenzó a levantar pero Alma cogió el hacha y se la clavó en el cuello. Se quitó el cuchillo del pie y le quitó la máscara a ese hombre extraño. Robert no daba crédito a lo que estaba viendo, era Adam Dump.
Dos semanas más tarde la policía canadiense reveló a la estadounidense el relato final de los hechos definitivos y se lo hacía saber a las familias afectadas. Al señor Adam J. Dump que residía en Rochester, Minnesota, se le había encontrado en una habitación de su domicilio toda la información del suceso ocurrido en Enero de 1980. Diarios, documentos y varios audios grabados con toda la trama. Adam había sido el artífice del incendio en la gasolinera de sus padres, que a consecuencia hubo una explosión que dejó el complejo inutilizable. Habían encontrado decenas de fotografías de su madre recortadas y donde había otros recortes suyos pegados junto a ésta. Además se habían encontrado los desechos de esas fotografías y eran de Robert Hattaway, además de cartas con escritos en los que Adam escribía textos como el siguiente:
“Harto de tanta miseria y basura psicológica, de los desplantes de mis ancestros y del achaque mediático quiero dejar escrito que mi odio por Robert Hattaway es tan grande que después de clavar un hacha en su cabeza y quemar su cuerpo dentro de mi casa, esa casa que siempre soñé tener cuando me jubilase, me suicidaré ahorcando mi cuerpo en el mismo puente Saint en Craig, por la entrada norte. Mi alma bajará por el río Misuri y será entonces que descansaré con mis padres”.
En otro montón de papeles encontraron este otro:
“Nunca quise acabar con la piel que me acariciaba las noches de mis lamentos, ni los sollozos de mis furias. Fue casual que ellos estuvieran esa mañana de lunes frío en la gasolinera, ni siquiera esos pobres padres indefensos de ese maldito hijo que me quitó a mi madre al que odiaré siempre y lo encontraré para llevarle a las cenizas mismas de los míos”.
Adam tenía un odio terrible a Robert desde que éste apareció cuando apenas tenía un año. La señora Dump, lo acogió como un hijo más y los celos de su hijo biológico hacia éste no pudieron con él.
Robert tuvo que seguir con su tratamiento psiquiátrico, ya que esos dos personajes que se le aparecieron seguían acechando ahora sus sueños. Al parecer, Robert reconoció al psiquiatra que esos individuos ya se le habían aparecido alguna vez, aunque distorsionados y negando lo que su mente le hacía ver, él creía que eran los Dump. Robert y Alma finalmente pudieron declarar su amor en éste San Valentín Sangriento
Daniel García, 2016