EL CASTILLO DE ESZTERGOM
Esztergom, Reino de Hungría, 1192
Korintio cada vez caminaba peor, tropezando con sillas y alguna que otra planta grande. Abrió el portón y se dispuso a bajar las escaleras. No le dio tiempo. La espada le entró por el cuello, y su cuerpo comenzó a rodar escaleras abajo. Gyula, atemorizada, no sabía que hacer.
Dos meses antes
Ator, el cochero, estaba metiendo el carruaje y los caballos dentro del recinto del castillo. La tarde caía y una fina brisa de aire anunciaba lluvia. Korintio, el ayudante personal de Radoslav, avisó a todos sobre la llegada del Archiduque al castillo tras un mes de viaje en el Sacro Imperio, tratando temas sobre la Tercera Cruzada. Quería comunicarles algo y debían estar todos en la gran sala de función antes de la cena.
Los hermanos del Archiduque Radoslav Kovak El Grande eran Nicolás, desterrado de la corona por no querer tener descendencia, e Isabella; una mujer poco agraciada y con carácter fuerte. Los tres hermanos vivían en el castillo de Esztergom, un fortín medieval palaciego compuesto por 4 torres, torres de sillería y rodeado de grandes jardines, situado en las afueras de la misma ciudad.
La parte trasera, por donde entraban los carruajes tenía como nombre el corredor, porque era un largo camino amurallado sin luz. La familia Kovak era de descendencia Pechenegos, y provenían de una de las dinastías más antiguas conocidas. Radoslav no estaba casado. Sin embargo, entraban muchísimas mujeres al castillo, aunque nadie las veía salir.
Radoslav: "Os he convocado para comunicaros que durante todas las noches y hasta nuevo aviso, nadie saldrá del castillo después de la cena. Todos permaneceréis en vuestras habitaciones, y sólo Manhira y los guardas quedarán para mis necesidades. No comeréis, no beberéis y no mantendréis ningún tipo de comunicación entre vosotros. Espero que lo hayáis entendido."
Entrada la noche e iluminada por los relámpagos, la puerta principal sonó de repente. Manhira la abrió y allí, justo delante de ella, había una persona con las manos atadas y con un saco negro en la cabeza. Detrás iba Nicolás, seguido de cuatro guardianes del castillo. Manhira no dijo nada, abrió los dos portones muy despacio y éstos entraron como si de un escuadrón se tratara.
Manhira era la persona más longeva del castillo. Tenía 74 años, y servía a los Kovak desde los dieciocho (además de criar a los tres hijos del Rey, cocinar y limpiar en sus tiempos). Ahora era ama de llaves del castillo, desde que la joven Gyula entró para llevar a cabo las tareas mencionadas.
Nicolás y los guardianes bajaron a las mazmorras e hicieron arrodillar al cautivo. En ese momento, se abrieron unas puertas y apareció Radoslav. Se acercó a él y lo comenzó a oler. Le quitó el saco, se sacó un cuchillo pequeño del cinturón, se hizo un corte en la mano y con su sangre le marcó una cruz en la frente, mientras la víctima sollozaba. Seguidamente lo levantó, lo empujó hacia atrás y éste cayó en una madera llena de tornillos, quedando inmóvil y quejándose a gritos. Durante dos meses, hizo lo mismo cada noche. Las víctimas lloraban, muchas hablaban en idiomas distintos. A unas los llevaba a una pequeña celda y allí dentro las tumbaba boca arriba en una especie de mesa baja. Les ataba y les comenzaba a cortar los dedos de pies y manos, dejándolos desangrar hasta la muerte. Pedía que las atasen en una especie de silla, reclinada con la cabeza hacia atrás y les cortaba la cara con una navaja, dibujándoles la frente y levantando así sus cabelleras. Así siguió hasta acabar con la vida de muchas personas, de distinta forma y todos sufriendo con una larga angustia.
Una noche, después de matar a la víctima como ya era costumbre, Radoslav subió al gran comedor y allí, sentada en una silla roja se encontraba Isabella. Se acercó por detrás y la acarició.
Isabella: "¿lo has vuelto a hacer, verdad?"
Radoslav: "Esta vez es distinto."
Isabella: "Yo también quería…"
Radoslav: "Te repito que es distinto. Hoy siento una furia que no voy a poder contener."
El archiduque cogió su cuchillo y le cortó el cuello a su hermana. Su cuerpo cayó de inerte en el suelo y comenzó a gorgotear sangre, manchando todo lo que había a su alrededor. Radoslav se dio media vuelta y se encaminó hacia las escaleras centrales del castillo. Allí gritó a dos guardas que lo acompañaran, y subieron a la habitación de Nicolás. Lo esperó hasta que éste subiera, y al entrar los guardas lo sentaron en una silla y lo ataron con una cuerda. Radoslav se acercó, empuñando una maza. Comenzó a golpear las piernas de su hermano con ella. La sangre le caló el pantalón hasta manchar por completo sus zapatos. Nicolás gritaba piedad, pero Radoslav se ensañaba al ver el sufrimiento de su hermano, cada vez más intenso. Se sentó en una silla delante de él y esperó hasta que Nicolás no tuviera fuerzas para hablar. Fue entonces cuando le atravesó el ojo izquierdo con su espada.
Los que habitaban el castillo estaban atemorizados. No sabían qué hacer, escuchaban llantos, gritos, golpes...Un mar de terror en un castillo donde estos sucesos ya se habían vivido, pero nunca nada igual a aquella noche. Se rumoreaba en la ciudad que Radoslav se llevaba mujeres al castillo para tener sexo con ellas en las mazmorras y allí las torturaba, para más tarde descuartizarlas. Éste tenía tanto poder sobre el pueblo que nadie osaba a acercarse al castillo, o mantenerle la mirada cuando bajaba a Esztergom con su carruaje.
Ator salió de su habitación, uno de los guardas le susurró que volviera a meterse dentro, pero éste estaba intentando escapar, y fue a avisar a Gyula.
Ator, viniendo del Sacro Imperio en el carruaje, escuchó como Radoslav le contaba a Korintio que su poder estaba siendo un fracaso y que era por culpa de todo el pueblo, que jamás lo había respetado. Deseaba tener el poder del gran Bela III, pero el Archiduque sólo había infundido terror, y se había ganado el repudio por parte de todo Esztergom. Pero sabía que algo más estaba ocurriendo esa noche.
El cochero abrió la puerta de la habitación de Gyula. Ésta estaba sentada a los pies de su cama con la mano en la barriga, cabizbaja y con lágrimas en los ojos. Ator se acercó y se puso de rodillas frente a ella.
Ator: "Gyula, ¿tienes miedo, verdad?"
Gyula: "Sí, ya se ha enterado."
Ator: "¡Marchémonos! Vas a ser madre y no debes seguir más tiempo aquí."
Gyula: "¡Nunca nos dejará salir!"
Ator: "¿cómo lo ha sabido?"
Gyula: "Se lo he dicho yo, le he dicho que el hijo no es suyo."
La noche seguía avanzando. Los guardas permanecían inmóviles en sus puestos y algún que otro llanto y grito perdido en eco retumbaba por el castillo. Radoslav no cesaba de dar vueltas y calculaba todo lo que quería hacer. Las antorchas dibujaban su gran cuerpo en las altas paredes, mientras el frío iba calando en cada centímetro del castillo. Ator, sigiloso, salió a preparar el carruaje y los caballos por la parte trasera, mientras Gyula se metía en la cocina a beber un poco de agua. Al entrar vió una sombra en la esquina.
Korintio: "No sabes qué hacer, ¿verdad?"
Gyula: "No puedo más, él me obligó a darle un hijo y no sabe que es tuyo."
Korintio: "¿se lo has dicho? ¡Marchémonos! Este momento tenía que llegar..."
Gyula: "Te quiero, y sabes que no puedo vivir sin ti, pero nuestras vidas han sido destinadas por y para este castillo, para Radoslav y para servirle. No podemos irnos, nos seguirá. Ator me ha dicho que nos ayudará a escapar pero no podemos hacerlo. Radoslav quiere ese hijo y va a acabar con todo el mundo. Tú debes estar a su lado, él confía en ti."
En ese instante una espada atravesó el cuerpo de Korintio. Éste salió corriendo de la cocina. Gyula se sentó en el suelo y comenzó a gritar, Radoslav, lentamente, le hizo un corte en horizontal en la barriga. Korintio cada vez caminaba peor, tropezando con sillas y alguna que otra planta grande. Abrió el portón y se dispuso a bajar las escaleras. No le dio tiempo. La espada le entró por el cuello, y su cuerpo comenzó a rodar escaleras abajo. Gyula, atemorizada, no sabía qué hacer. Estaba a punto de dar a luz, tirada en el suelo, y sangraba sin parar. Se levantó, y como pudo bajó hasta el patio de los carros. Allí se encontraba Ator, preparado para salir. La ayudó a subir y salieron por el corredor. Gyula se giró y vio a Radoslav con la espada, mirándo fijamente como se perdía a lo lejos.
Antes de salir del corredor, varios guardas armados les impedían el paso, y se tuvieron que parar. Ator suplicó, y Gyula pedía por favor que la dejaran pasar pero no se apartaban. Caminando lentamente venía a lo lejos Radoslav, espada en mano. Ator se bajó del carro y Radoslav se posó frente a él, levantó la espada y Ator se arrodilló. El archiduque le hizo sacar la lengua, y se la cortó de un golpe seco. Ator se agachó y Radoslav le clavó la espada en la cabeza.
Se llevó a Gyula a las mazmorras y se encerró con ella. La desnudó, mientras ella no paraba de llorar y de pedirle clemencia, pero Radoslav comenzó a preparar aparatos de hierro extraños y una camilla. Como siempre, se hizo un pequeño corte en la mano y le dibujó con su sangre una cruz en la frente. Se quitó la capa, el gorro que llevaba y exclamó:
Radoslav: "¡adelante!"
En ese instante entró Manhira, se acercó a Gyula y le comenzó a meter los dedos en la herida de la barriga. Comenzó a urgarle y con las dos manos le fue abriendo cada vez más la herida. Gyula no podía parar de gritar. Manhira consiguió sacar el feto y lo puso en una bandeja, acto seguido le quemó la barriga. Radoslav, seguidamente, besó su cara, sus pechos, lamió la sangre de su barriga y acto seguido comenzó a cortarle las piernas y brazos. Gyula vió su vida desvanecerse con una lenta angustia.
En la actualidad, el castillo está abierto al público y se pueden ver los artilugios que Radoslav utilizaba con sus víctimas. El castillo está intacto y sólo se puede visitar durante el día, porque cuando cae la noche se dice que,incluso desde fuera, se pueden oír los llantos y gritos de todos los que allí perdieron su vida.
Daniel García, Agosto 2017